Alguien Camina Sobre Tu Tumba: un recorrido por el fascinante mundo de los panteones

El Panteón Jardín se ubica en San Ángel, Ciudad de México, y se estableció hace más de 80 años en 1941. Es tan grande y tiene tantas secciones que es fácil perderse entre las criptas y los pasillos donde se encuentran los restos no sólo de personas comunes, sino también de artistas del cine, la música y las artes de México y el extranjero. Nombres como Germán Valdés “Tin Tan”, Pedro Armendáriz, Maricruz Olivier, Marcelo Chávez, Fela Fábregas, Seki Sano, Andrés Soler, Fernando Valadés, Fernando Wagner y son sólo algunos de los que se encuentran ahí. Y por otro lado, en alguna de las filas de ese lugar también está mi abuelo.

Confieso que nunca conocí a mi abuelo, por ende no podría decir que hubiera un cariño ni tampoco un afán por visitarlo y limpiar el mausoleo. Pero sí que lo hay por visitar el Panteón Jardín. Cuando la gente me pregunta acerca de mi fascinación por visitar el panteón, nunca logro dar una respuesta concisa. ¿Es porque me remite a mi infancia, cuando íbamos periódicamente a visitar? ¿Es el aire fresco que dan tantos árboles que hay? ¿Es el silencio que brindan los muertos? Tal vez una combinación de todo ello. Lo único cierto es que, al crecer me di cuenta que no soy la única persona que siente fascinación y predilección por los panteones, su historia, sus relatos y sus misterios.

La muerte, en cualquier cultura, ha sido un tema de interés, envuelto en misticismo y abundante en relatos. Para ciertas civilizaciones, la muerte no sólo simbolizaba el fin sino que funcionaba como eje para la misma existencia. Este afán del ser humano por trascender o dejar algo tras de sí motivó la construcción de eminencias como el Taj Mahal, las pirámides de Egipto e incluso las pirámides de Teotihuacán, donde en tiempos recientes se encontraron cámaras funerarias a sus adentros. Aunque por supuesto, estos recintos estaban reservados para ciertos privilegiados, ya fueran gobernantes o gente de la realeza. Para el resto de la sociedad, se encuentran reservados otro tipo de sitios como panteones, cementerios ingleses o incluso urnas en algunas iglesias.

Aunque haya gente que prefiere mantenerse alejada de este tipo de lugares y comenta que hay que guardar respeto al camposanto, hay personas como yo y como Mariana Enriquez, que encontramos entre las tumbas más que sólo el olvido. “Alguien camina sobre tu tumba” es una recopilación de relatos sobre los encuentros que ha tenido la autora, precisamente, con las tumbas. Desde un cementerio inundado, la sepultura de Elvis Presley, la belleza de un camposanto abandonado, la tumba de un poeta enterrado de pie, lápidas protegidas por perros fantasmagóricos, hasta niños milagrosos y hasta sacerdotisas vudú. Claro que estos son sólo algunos por mencionar, la autora ha recopilado muchos viajes y visitas a distintos cementerios del mundo.

La belleza del trabajo de Mariana Enriquez reside no sólo en los lugares que visita, sino en el significado, la reflexión que de ellos saca y en cómo después de cada visita algo en su interior se modifica y nunca vuelve a ser la misma. Probablemente, todos los viajes que valen la pena, hacen eso con nosotros: nos cambian, nos revelan un nuevo pensamiento y nos permiten vislumbrar nuevas perspectivas. En el caso de Enriquez, los viajes a los cementerios no son sólo una visita turística, es una búsqueda profunda de su ser por conocer qué hay más allá. A la vez, sus relatos se entremezclan con historias de su propia vida, lo que resignifica su experiencia y nuestra experiencia como lectores. Las descripciones que hace de los sitios y del ambiente que ellos impera es centrada, detallada y rica en especificidades, ofreciendo todo para que quien se acerque al texto pueda sentirse allí. Sin embargo, más que todo lo anterior, encuentro a “Alguien camina sobre tu tumba” como una invitación para conocer más, para explorar sitios que consideraríamos son sólo para los muertos, para reconciliarnos con el lugar al que todos habremos de llegar.

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Del silencio al estruendo  Sara Sefchovich

En la historia de la humanidad no se habla –o al menos hasta hace muy poco tiempo– de las mujeres y el hecho de ser mujeres. Es importante hacer esta distinción ya que quien no se haya parado a pensar en ello debería: la educación –tanto en casa como en la escuela– está total o casi totalmente concebida desde el punto de vista de los hombres. Las mujeres hemos tenido que entender el mundo a través de la visión de los hombres. Y no es que esa visión esté errada, sino que se trata de una visión sesgada. El mundo, desde la visión de las mujeres, es distinto y no se debería esperar que sea igual porque la experiencia de ser hombre y ser mujer en la vida es distinta.

La forma de entender el mundo, la historia, la cultura ha sido a través de los hombres. No fue hasta finales de 1800 en que se empezó a hacer hincapié en que las mujeres también existían fuera de sus labores en casa, que también pensaban como cualquiera y que tenían derechos, y uno de ellos era el de poder decir lo que pensaban, expresarse. Antes de esto, ya se sabía que las mujeres escribían, pero no era tan sencillo entrar en ese ámbito, ni mucho menos ser tomadas en serio. No son tan inusuales los casos en los que las mujeres tuvieron que firmar sus obras con seudónimos o siglas para poder publicarlas. Virginia Woolf, en Una habitación propia, reconoce el privilegio de clase que tuvo de poder escribir al provenir de una familia adinerada, hace un análisis sobre el camino que tuvieron que pasar Jane Austen y Emily Bröntey, sin embargo, a lo largo del libro, ella experimenta momentos en los cuales es ignorada y menospreciada por ser mujer en un mundo de hombres.

Es precisamente desde ese principio donde Sara Sefchovich se apoya para escribir Del silencio al estruendo. La autora busca con este ensayo descubrir de qué escriben las mujeres, desde dónde escriben, por entender si existe diferencia entre la literatura femenina y la masculina, y, de existir, dónde reside esa diferencia. Se da a la tarea primero de establecer que hay un momento en que las mujeres pueden acceder a la educación que les permite saber leer y escribir, y que hay un segundo momento en que se extiende un periodo de paz para la sociedad en que es posible que florezcan la cultura y las artes, y es entonces cuando escriben. Sefchovich busca entender cómo y de qué está compuesto el tejido de las escritoras y sus trabajos, observando el panorama a lo largo de la historia, de diferentes culturas y cómo ha ido cambiando con el tiempo, esperando encontrar un patrón o una tendencia que explique qué, cómo y por qué escriben las mujeres.

No se puede escribir sobre lo desconocido. Cuando las mujeres comenzaron a escribir, lo hicieron sobre lo que les rodeaba, y como para muchas de ellas el eje de sus vidas era su familia y el matrimonio, comenzaron por ahí. Eso les jugó en contra, claro, llegando a decirse que las mujeres sólo podían escribir novelas románticas. Tuvo que pasar el tiempo para que la escritura de las mujeres entrara en los terrenos del realismo, del naturalismo, del modernismo y en géneros como la poesía, el teatro y el ensayo. El estilo y el tema es individual de cada escritora y está determinado por su entorno, ideología, valores, circunstancias sociales y un sinfín de cosas que le dan un carácter único. Si bien esta regla aplica también para los hombres, sus condicionamientos sociales siguen siendo distintos porque la educación que se brinda a mujeres y hombres sigue siendo distinta.

Este título busca dar respuestas a las grandes preguntas y cuestionamientos que se han hecho en torno a la literatura escrita por mujeres, considerando el contexto, la historia y las circunstancias en que ha sido creada. Este ensayo es un parteaguas entre el pasado y el futuro, pues analiza los parámetros con los que se ha medido la literatura en general y marca las pautas con las que se puede comenzar a dilucidar cómo será leído y considerado el trabajo literario de las mujeres a futuro.

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Movimiento Zapatista

“Aprendizajes del movimiento zapatista: de la insurgencia armada a la autonomía popular” – Lia Pinheiro Barbosa y Peter Michael Rosset

Considerar a México como destino turístico siempre es una buena decisión, tiene playas hermosas, cenotes, bosques, pueblos, ruinas de civilizaciones antiguas, una gastronomía exquisita y la gente siempre recibe bien a los turistas. Por otro lado, vivir en la Ciudad de México es una experiencia que recomendaría ampliamente, existe una mezcla de folklor, color, tradición junto a la modernidad de los avances tecnológicos a nivel global. En esta ciudad hay muchas ofertas culturales y artísticas, hay muchos lugares turísticos y acceso a la educación. Sin embargo, estas dos visiones son un sesgo que se ha generado, quizá porque tendemos a ver el vaso medio lleno. Pero la realidad de quienes viven en la periferia de la ciudad y de quienes viven en provincia —no tan alejados de los centros turísticos principales—, es muy distinta.

Este movimiento da comienzo la noche del 1 de enero de 1994, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hizo un levantamiento armado en San Cristóbal de las Casas ofreciendo la lectura de la Primera Declaración de la Selva: once demandas: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. En síntesis, lo que se exigía era tan sencillo como fundamental: derechos. Estos derechos a los cuales, por el mero hecho de ser mexicanos, ya tenían garantía por medio de las leyes establecidas en la Constitución de 1917 , pero que, con el paso de las décadas, se les había privado de ellos o, directamente se les habían negado. ¿Quiénes se los negaron? ¿Quiénes relegaron a las comunidades indígenas? El gobierno podría fácilmente ser responsable en parte de ello por no contar con los medios para garantizar el ejercicio pleno de sus derechos brindándoles caminos y escuelas con material didáctico adecuado, instaurando centros de trabajo con jornadas laborales y salarios dignos, que a su vez les permitieran acceder a viviendas con servicios de agua, drenaje y luz, así como alimento y vestido. No obstante, en esta compleja situación, queda por nombrar a otro actor: el resto de la sociedad.

La sociedad moderna que adoptó las costumbres de los conquistadores, vive en las ciudades, habla español y entró en el sistema que proponía al neoliberalismo como modelo económico -sistema que, indirectamente, propició el movimiento del EZLN-. Porque, si bien es una sociedad con muchas carencias y problemáticas a resolver, no es equiparable a la situación de precariedad de la mayoría de los indígenas en México. Aunque todos somos mexicanos, las oportunidades y los contextos no son los mismos: a las comunidades indígenas se les ha aislado y discriminado muchas veces por mantener sus costumbres y tradiciones, llegando a verlos como los otros. Así pues, se ha creado una separación que no ha hecho otra cosa que abrir más la brecha cultural, económica y política, decantándose en el movimiento indígena-campesino. Este movimiento ha tenido fallas, como cualquier autonomía, pero ha mantenido una lucha legítima en el aspecto social y, a su vez, ha inspirado a más manifestaciones del mismo tipo.

El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales pone a disposición de las y los lectores una colección de libros que, en clave de difusión, se propone dar cuenta de los principales movimientos, revueltas y conflictos de la América Latina y el Caribe del siglo XXI. Entre ellos, se encuentra este título, donde los autores exponen cómo, a tres décadas de sus inicios, el zapatismo ofrece la más completa, explícita y radical versión de autonomía indígena-campesina conocida en el mundo contemporáneo; convirtiéndose así en una lectura clave para comprender el contexto actual de los países del centro-sur de América.

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“Monstrua” – Brenda Lozano y Gabriela Jauregui (coordinadoras)


Al momento de hablar sobre la literatura a lo largo de la historia, surgen nombres en cualquiera de las corrientes que han habido. Podemos reconocer con facilidad a todos los griegos en la creación de la dramaturgia clásica, a Edgar Allan Poe estableciendo las pautas para la estructura del cuento contemporáneo en el romanticismo, a Oscar Wilde inaugurando su propia corriente de esteticismo… Y los ejemplos pueden continuar. Sería muy fácil decir que la literatura ha sido un terreno exclusivamente de los hombres, no obstante, eso no sería verdad.

Las mujeres han participado activamente en la creación de literatura en todos sus géneros. Sin embargo, debemos remitirnos a los hechos, el camino que siguieron no fue el mismo. Conseguir ser tomadas en serio, ser publicadas y reconocidas como escritoras fue una lucha que tuvieron que hacer las mujeres, al igual que en cualquier otro ámbito de la sociedad ―fuera de los roles de madres y cuidadoras del hogar―. En realidad, fue hasta hace relativamente poco tiempo cuando las mujeres entraron con toda sus fuerzas en el mundo de la literatura. Incluso en este punto, nos encontramos con más trabas, pues como bien lo planteó Virginia Woolf: escriben las mujeres que tienen una habitación propia.


Las mujeres en general viven en sociedades donde el mayor éxito al que pueden aspirar es conseguir un buen marido, dedicarse a sus familias y a sus casas. Quizás, en los últimos tiempos, sea posible también aspirar a un trabajo, siempre y cuando éste no quite demasiado tiempo como para “descuidar” a la familia. Podría parecer que esta forma de vida es un estereotipo, pero no, es una realidad. Cuestiones como decidir dedicarse a sus carreras, buscar su independencia, escribir… se convierten en actos de rebeldía. Se convierten en cosas fuera de la cotidianeidad, en algo extraño e incluso ajeno. Como los monstruos.


El monstruo creado por Mary Shelley en Frankenstein, alcanza una revelación en algún momento y es la de perder el miedo y adquirir poder a través de eso. Y eso es lo que ocurre de alguna forma en este libro. La antología “Monstrua” nos habla de cómo las autoras pierden el miedo de sí mismas y a las represalias sociales, y escriben. El término que las coordinadoras eligen es monstrua y no monstruo porque, retomando a Rosario Castellanos, hasta hacer esa distinción es importante: se trata de algo femenino. Son las mujeres mostrándose, pronunciándose, escribiendo.

Esta antología ofrece textos creados por mujeres jóvenes que vienen de distintas partes de México, de distintos contextos, comunidades y lenguas, trabajando distintos géneros como poesía, cuento, ensayo y hasta guión radiofónico. Además de esto, algunas de las autoras presentan sus textos en sus lenguas originarias, contando también con su traducción al español. Algunos de los textos van acompañados por fotografías que, no sólo acompañan, sino que suman al ambiente que crea el texto, lo enriquecen y lo vuelven más íntimo. Así pues, los lectores nos encontramos con una propuesta llena de diversidad, experimentación y originalidad.


El trabajo que realizan Brenda Lozano y Gabriela Jauregui como coordinadoras, no sólo es dedicado y bello, sino necesario. Es importante que las mujeres jóvenes vean que lo que ellas tienen por decir, importa, y que hay medios y personas que buscarán la manera de ayudarlas a que su voz sea escuchada. Este tipo de publicaciones son las que hacen la diferencia en el mundo literario, pues presentan material significativo, recopilado incluso de los lugares más remotos del país, demostrando que aún hay mucho más que descubrir.

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“¡Viva Aguascalientes! Que su feria es un primor: Historia de las peleas de gallos en Aguascalientes, siglos XVIII-XX”

En el #4129 de la calle Sur 75 en la colonia Asturias, hubo hasta algunos años una casa conocida como “La casa de los gallos”. En parte porque en su fachada había el cuadro de un gallo, pero sobre todo porque éste indicaba que en esa casa había un taller de navajas para las peleas de gallos. El taller era un negocio familiar que comenzó mi abuelo en Guadalajara en los años 40, y que posteriormente se trajo a la Ciudad de México cuando vino a vivir acá. En mi infancia, para mí era muy común escuchar el sonido de las navajas al ser afiladas, el calor cuando fundían el metal y ver entrar y salir a muchos hombres que, en bastantes ocasiones, traían gallos en sus jaulas.

Navajas Aguilar: “No somos los únicos, pero sí los mejores”, no era sólo una frase, eran tan importantes en el negocio que, en 1982, Gustavo Alatriste fue a mi casa a grabar una escena donde sale el taller para su película “Aquél famoso Remington”. Además de la gente que iba al taller, también hacían muchos envíos a otros estados. Y cada año, acercándose la Feria de San Marcos en Aguascalientes, el trabajo subía bastante. Al encontrarme con el libro “¡Viva Aguascalientes! Que su feria es un primor: Historia de las peleas de gallos en Aguascalientes, siglos XVIII-XX”, quedé maravillada al ver en él tantas fotografías y fragmentos de otras obras literarias —como “El gallo de oro” de Juan Rulfo, “El libro de mis recuerdos” de Antonio García Cubas o “Niñez y juventud provincianas” de Pedro de Alba—, en las que las peleas de gallos eran el eje de todo.

La belleza de este libro se encuentra en el recorrido histórico que hace, pues es una extensa y detallada investigación que contiene referencias documentales, bibliográficas y hemerográficas, pero especialmente porque, como se reza en la contraportada, “no es una historia de los gallos, sino de los hechos de los hombres que han participado directa o indirectamente en las peleas de gallos”. En este libro podemos ver algunas imágenes históricas, como donde aparece Rodolfo Fierro amarrándole la navaja a un gallo, y al lado de él están Francisco Villa y Raúl Madero. También se pueden encontrar imágenes de pinturas, acuarelas y dibujos de artistas como José Guadalupe Posada, Osvaldo Barra y Leon Trousset. Su recorrido fotográfico cuenta, indirectamente, la historia de Aguascalientes y el avance de la sociedad mexicana a lo largo de 3 siglos, mostrando cómo esta Feria (y más aún las peleas) atraían a tanta gente que impulsó el crecimiento del estado.

El conflicto de qué tan políticamente correctas son las peleas de gallos, no queda indiferente en esta lectura, pero ése fue un problema de las últimas décadas. En gran medida, la problemática que existía desde el inicio se presentaba porque las peleas implicaban apuestas, y regularlas era un conflicto para el gobierno. Además, se suscitaban con frecuencia discusiones entre los apostadores, generando que fuera necesaria la intervención policial y, por ende, la petición de la gente para que fueran prohibidas. Finalmente, lo único que ha podido frenarlas un poco ha sido el paso del tiempo y nuevas ideologías. Sin embargo, no se pueden negar como parte de la historia y un legado cultural.

La ahora conocida como Feria Nacional de San Marcos, se sigue llevando a cabo cada año, y este libro es una celebración especialmente a Aguascalientes. Por otro lado, para mí, fue un toquido en mi espalda para mirar al pasado, a mi infancia, a la casa de los gallos. Esa fue mi casa durante mucho tiempo, hasta que al morir mi abuela, mis tíos decidieron venderla. Muchas cosas cambiaron desde entonces; y uno trata de seguir adelante con su vida, pero de vez en cuando, en el camino se encuentran cosas que nos hacen mirar atrás. Este libro me hizo recordar que todos hemos pertenecido alguna vez a algún lugar.

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