Considerar a México como destino turístico siempre es una buena decisión, tiene playas hermosas, cenotes, bosques, pueblos, ruinas de civilizaciones antiguas, una gastronomía exquisita y la gente siempre recibe bien a los turistas. Por otro lado, vivir en la Ciudad de México es una experiencia que recomendaría ampliamente, existe una mezcla de folklor, color, tradición junto a la modernidad de los avances tecnológicos a nivel global. En esta ciudad hay muchas ofertas culturales y artísticas, hay muchos lugares turísticos y acceso a la educación. Sin embargo, estas dos visiones son un sesgo que se ha generado, quizá porque tendemos a ver el vaso medio lleno. Pero la realidad de quienes viven en la periferia de la ciudad y de quienes viven en provincia —no tan alejados de los centros turísticos principales—, es muy distinta.
Este movimiento da comienzo la noche del 1 de enero de 1994, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hizo un levantamiento armado en San Cristóbal de las Casas ofreciendo la lectura de la Primera Declaración de la Selva: once demandas: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. En síntesis, lo que se exigía era tan sencillo como fundamental: derechos. Estos derechos a los cuales, por el mero hecho de ser mexicanos, ya tenían garantía por medio de las leyes establecidas en la Constitución de 1917 , pero que, con el paso de las décadas, se les había privado de ellos o, directamente se les habían negado. ¿Quiénes se los negaron? ¿Quiénes relegaron a las comunidades indígenas? El gobierno podría fácilmente ser responsable en parte de ello por no contar con los medios para garantizar el ejercicio pleno de sus derechos brindándoles caminos y escuelas con material didáctico adecuado, instaurando centros de trabajo con jornadas laborales y salarios dignos, que a su vez les permitieran acceder a viviendas con servicios de agua, drenaje y luz, así como alimento y vestido. No obstante, en esta compleja situación, queda por nombrar a otro actor: el resto de la sociedad.
La sociedad moderna que adoptó las costumbres de los conquistadores, vive en las ciudades, habla español y entró en el sistema que proponía al neoliberalismo como modelo económico -sistema que, indirectamente, propició el movimiento del EZLN-. Porque, si bien es una sociedad con muchas carencias y problemáticas a resolver, no es equiparable a la situación de precariedad de la mayoría de los indígenas en México. Aunque todos somos mexicanos, las oportunidades y los contextos no son los mismos: a las comunidades indígenas se les ha aislado y discriminado muchas veces por mantener sus costumbres y tradiciones, llegando a verlos como los otros. Así pues, se ha creado una separación que no ha hecho otra cosa que abrir más la brecha cultural, económica y política, decantándose en el movimiento indígena-campesino. Este movimiento ha tenido fallas, como cualquier autonomía, pero ha mantenido una lucha legítima en el aspecto social y, a su vez, ha inspirado a más manifestaciones del mismo tipo.
El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales pone a disposición de las y los lectores una colección de libros que, en clave de difusión, se propone dar cuenta de los principales movimientos, revueltas y conflictos de la América Latina y el Caribe del siglo XXI. Entre ellos, se encuentra este título, donde los autores exponen cómo, a tres décadas de sus inicios, el zapatismo ofrece la más completa, explícita y radical versión de autonomía indígena-campesina conocida en el mundo contemporáneo; convirtiéndose así en una lectura clave para comprender el contexto actual de los países del centro-sur de América.
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